Amar a Dios es
primero
por sobre todas las
cosas,
por ser vivo y
verdadero
con el alma y
corazón,
y a su hijo
Jesucristo
que predicó la
verdad,
alabado sea tu
nombre
¡OH bendito
Jehová!.
Tú que escudriñas
la mente
y también el
corazón,
aparta del
pensamiento
ideas que no te
honren,
y todas las que no
sean
de tu digna
aprobación,
que todos al
invocarte
lo hagamos con
devoción.
Tu obra fue por
amor
por ser un Dios de
bondad,
nos hiciste
herederos
de la luz y la
verdad,
del amor e
inteligencia
que hacen la
sabiduría,
para llevarla
consigo
como el faro que
nos guía.
Ser sabio es la
potestad
de actuar sin
hacernos daño,
para elevarnos
conscientes
a ese plano
espiritual,
que es la divina
mansión
donde sólo existe
paz,
porque allí es
donde resides,
¡OH bendito
Jehová¡.
Quiero actuar según
tu ley
y aceptando la
verdad,
que tu primer
mandamiento
sea luz en nuestra
mente,
para amarnos como
hermanos
frente a tu
divinidad,
para que seamos
dignos
de merecer tu
heredad.
Para que sea tu
reino
y tu justicia en la
tierra,
liberándonos del
odio
y así terminen las guerras,
para que al soplo
de vida
transformado en
energía,
le demos mejor
sentido
cada noche y cada
día.
Construyendo el
paraíso
que quisiéramos
tener,
y dejar de ser
tiranos
contra el amor y la
fe,
olvidando que ante
ti
nada se puede
esconder,
estás dentro de
nosotros
y también a flor de
piel.
El odio nunca es la
fuente
donde podemos
beber,
el sustento
espiritual
tan dulce como la
miel,
que nos alimenta el
alma
y endulza el
corazón,
cultivada en tierra
santa
en el jardín del
edén,
regado con agua
fresca
que fluye tan
cristalina,
de las cascadas que
bajan
de la montaña
divina,
que para Dios es la
mente
de nosotros los
humanos,
que en forma figurativa
casi todos lo
ignoramos.
Lucila Lárez
Fariñas
de Gutiérrez